martes, 16 de abril de 2013

La Historia del Señor Sommer


Reconozco que siento predilección por las historias contadas a medias, los finales abiertos, los personajes ambiguos, y que hubo un antes y un después de conocer al señor Sommer: ese anciano misterioso que deambula de un lado a otro con su cayado y su mochila sin rumbo fijo y al que adivinamos a través de la mirada particular de un niño. Confieso que descubrí esta obra de Süskind gracias al monólogo maravillosamente interpretado por el mallorquín Pep Tosar (al que fui a ver dos años consecutivos y volvería a ver si algún día regresa con el señor Sommer a Barcelona ), y que ese libro ocupa un lugar preferente en mi salón y en mi memoria.


Corría el año 1994 cuando comencé a leer a Süskind. Recuerdo haber devorado El Perfume durante mis viajes en metro desde la residencia La Madeleine en la que me hospedaba camino de Mermoz, en Lyon, y haberme dejado atrapar por las excentricidades de Grenouille hasta el punto de haberme confundido más de una vez de parada. Eran años de fiesta y diversión, pero también de descubrimiento de nuevas sensaciones: las que produce un nuevo amor, una ciudad desconocida, una cultura ajena. La bohemia de los techos altos con vistas a la Croix Rousse iba a quedar pronto atrás como atrás íbamos a extraviar los besos, la sensación de falsa independencia, la alegría de pensar que por fin habíamos descubierto el amor verdadero.

Hay personajes como el señor Sommer, o como el Gran Gatsby, que nos fascinan a pesar de lo poco que el autor nos desvela de ellos. Personajes que son los indiscutibles protagonistas de la historia aun cuando los oímos hablar en contadas ocasiones. 

Construimos personajes como construimos personas: mediante engañosas primeras impresiones, percepciones subjetivas, forjándonos una visión parcial de lo que son, lo que piensan. Creemos conocerles y hasta les encasillamos, y ya nunca les concedemos merecidas segundas oportunidades.

      Hace tiempo que he renunciado a albergar, en mi desván de las apreciaciones, compartimentos estancos de buenos y malos, de nobles y mezquinos, porque todo juicio es relativo: ni nadie que conozco es tan bondadoso que resulte incorruptible, ni nadie tan vil que no sea susceptible de ser redimido. Como dice una canción de Psycore: “Nothing is so good that you can’t make it worse. Nothing is so great that you can’t mess it up. Nothing is so perfect that you can’t turn it down”.

          Dar segundas oportunidades es acertar en el sendero que nos aleja del ostracismo emocional y nos coloca en la vía rápida hacia el respeto y hacia la tolerancia.




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