sábado, 24 de diciembre de 2011

Un mundo Feliz

    Decía Tagore que si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. Yo tengo la imagen de las plañideras de Kim Jong-il impresa en la retina, con sus lágrimas de atrezo,  sus llantos hábilmente sincopados, y no puedo evitar estremecerme ante esas Leninas Crowe  de Huxley que andan por la vida de puntillas, cegadas por el sol de la opresión.

    Iba pensando en ello cuando de pronto he recordado a mi amigo Nicolás, y he rememorado nuestros paseos por la Croix Rousse, nuestras conversaciones en la recepción de La Madeleine cuando él era opositor a profesor de historia y yo una simple estudiante Erasmus.
    Hace muchos años un antiguo amor me regaló una de las más célebres obras distópicas de la literatura, anterior al mundo feliz con el que nos deleitaba Huxley: Nous autres. Hoy las plañideras norcoreanas con sus poses ensayadas me han hecho recordar a Zamiatin y a su mundo de seres programados para un mundo de falsa utopía. Y como una más de ellas, habría derramado cientos de no-lágrimas frente a la muerte de un Benefactor de tupé imposible y rostro de porcelana.
    Porque no habría nada por lo que valiera menos la pena llorar.

2 comentarios:

  1. La muerte de Kim Jong-Il nos ha permitido asistir a un espectáculo impresionante, el teatro transcendido a la vida pública y convirtiéndose en esencia del Estado. Decía Nikolai Evreinov, dramaturgo y gran director de escena ruso: “El público necesita de la fantasía, no del naturalismo; una imagen del objeto, no el objeto; una representación del acto, no el acto como tal. Todo teatro es una especie de mentira y, precisamente por ello, ahí reside su peculiar esencia. El teatro posee su realismo propio que nada tiene que ver con el realismo de la vida” La puesta en escena por la muerte de Kim Jong-Il es un ejemplo de teatralidad excesiva, coral, de masas, por ello nos desborda, desacota nuestros límites, marcados por la racionalidad y el equilibrio Occidental ante la muerte, y ese exceso nos provoca un profundo malestar. En Corea hemos asistido a lo más parecido a lo que debía ser una tragedia griega, cuando los mitos clásicos estaban todavía vivos y la compasión y el miedo se apoderaban de los espectadores, sumiéndoles en una gestualidad participativa con el dolor del héroe.

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  2. Muy interesante tu réplica en "Afuerismos". Nos rasgamos las vestiduras ante la teatralidad espeluznante de las lloronas norcoreanas, a pesar de que el oficio de plañidera no es ajeno a nuestra cultura.

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